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Foto: De La Urbe |
El jueves 11 de Noviembre, el entusiasmo universitario se vio exaltado por la expulsión del escuadrón anti motines Esmad de las instalaciones del Alma Mater. Relato de un día de “júbilo”.
El primer recuerdo que tuve al llegar a la Universidad el día de la expulsión del Esmad, el 11 de noviembre pasado, fue el de la extensa fila que hice alguna vez para que me reseñaran a la entrada de la antigua cárcel de mujeres, El Buen Pastor. Al verme rodeado de gente que, como parte de un ritual pasivo, se sometía a un escrutinio sistematizado, se hizo inevitable no caer en el símil.
Por la portería cercana al Metro a las seis de la mañana, el flujo de personas que esperaban ser “autenticadas” parecía inagotable. Rostros soñolientos e inconformes desfilaban silenciosos y expectantes por lo que parecía ser otra nueva medida restrictiva que desvirtuaba la llegada a una universidad pública.
Los empleados de la empresa de seguridad Miro validaban la Tarjeta de Identificación Personalizada (TIP), al hacer uso de un pequeño portátil y un lector. Vi mi número de cedula acompañado de un “sí” mientras mi maleta era palpada tímidamente. Entonces, comprendí que ahora era legítimo mi paso a la universidad.
Al llegar a la Facultad de Comunicaciones noté que el descontento era evidente. Los estudiantes se quejaban de tener que esperar durante más de 10 minutos para entrar y el profesor, después de llegar con 20 minutos de retraso a la primera clase de la mañana, tampoco parecía muy satisfecho con la medida.
El sistema de control de ingreso se reforzó después de que algunos encapuchados destruyeran el martes 9 de noviembre, una cámara de seguridad ubicada en la esquina superior de la biblioteca, la cual vigilaba el interior del Alma Mater.
Un computador, utilizado para el registro de entrada en la portería de la calle Barranquilla, también fue destruido. Esto implicó el cese de actividades durante el resto de ese día.
Luego, a las 10:20 a.m. una hora antes de que los estudiantes replegaran el escuadrón del Esmad hacia las afueras de la Universidad, la primera papa bomba explotó. “Ojalá se dañe esto, así no tengo que presentar ese parcial de cálculo para el que no estudié nada”, decía esperanzado un estudiante, que durante dos horas había estado inmerso en un libro de fórmulas y matrices.
En ese momento, se llevaba a cabo el evento “Manos Entrelazadas”, al frente de la Biblioteca y sobre la Plazoleta Barrientos. La manifestación fue convocada por la Rectoría, el Comité Rectoral y el Consejo Académico. Su objetivo era rechazar los actos violentos del pasado 9 de noviembre y afianzar el vínculo entre estudiantes y personal administrativo, además de proponer el debate en pro del patrimonio de la Universidad.
La expectativa
Salí con premura de la Facultad porque sabía que algo grande estaba por suceder en el claustro universitario. En el aire, las notas del himno de la universidad enmarcaban con hipocresía un acto protocolario que estaba pronto a su culminación, y que daría paso a la discusión visceral que remplazaría de forma contunde el debate organizado.
Del cielo caían pétalos de rosas que acompañaban la tonada. Y que solo algunos, quizá porque eran los únicos que conocían la letra, seguían a viva voz. En contraste, el estribillo “Lucha popular por la libertad” se colaba renuente a mimetizarse con los versos del poeta Edgar Poe Restrepo.
De repente, un grupo de estudiantes llevando pancartas que rezaban: “No estudiamos en facultades, estudiamos en patios”. “La Universidad no es una cárcel” entre otros mensajes alusivos a la condición de seguridad de la universidad se hicieron notar mientras que los aplausos empezaban a desvanecerse.
Ante este inesperado curso de los acontecimientos, los escoltas que rodeaban al Secretario General, Luquegi Gil Neira y al Rector encargado, John Jairo Arboleda, tomaron posición vigilante, al acecho de cualquier anomalía dentro de la multitud acalorada.
“Estoy harto de tener que justificar por qué llevo un libro en la maleta” gritaba uno de los estudiantes a un miembro del personal administrativo, mientras agitaba las manos con furia. “Ahí afuera están esos hijueputas haciendo presión todo el día, como si nosotros fuéramos delincuentes, me dan ganas de llorar la situación de la universidad” decía otro, dirigiéndose a sus compañeros con el rostro encendido.
Una mujer rubia, de baja estatura y con el carné colgado de su cuello tomó la palabra para precisar: “A nosotros también nos da miedo, por eso apoyamos la entrada de la policía para protegernos”.
El enfrentamiento se concentró en varios lugares de la plazoleta. Los estudiantes discutían con algunos miembros de la administración, al argumentar su posición con gritos y cantos, como si buscaran descargar la tensión acumulada en los empleados, que, cansados del desgaste, prefirieron abandonar el lugar meditativos y cabizbajos. Y tal como al principio, el micrófono instalado para el evento, quedó vacío.
“Nosotros aquí tratando de buscar una solución, mientras el rector está en Miami pasando bueno ¿Quién es ese aparecido del rector encargado?” Y sobre todo, “¿dónde está para que dé la cara?” Esas eran las preguntas que se hacia el conglomerado de estudiantes que ya había notado la presencia del Esmad, alrededor del bloque 22 en la plazoleta central.
“Vamos a sacar esos malparidos”. La horda de seres humanos se abalanzó hacia el centro de la plazoleta. Sin embargo, algunos de ellos se quedaron al margen, expectantes. “Vamos compañeros avancemos, rodeemos está gente, no les dé miedo”, imploraba una figura anónima invitando a los rezagados.
El Esmad formó un muro de contingencia desafiando la marejada de almas que se les vino encima. “Fuera, fuera, fuera…” El coro fue en crescendo ante la mirada inamovible de los uniformados. Los defensores de derechos humanos mediaron para que ninguna de las partes fuera a cruzar la línea marcada por la evidente tensión que embarga a ambos bandos.
El encuentro
El avance de los estudiantes era firme. Los brazos levantados eran la representación de un clamor violento y desaforado con un único enemigo como objetivo. Rodeados, los uniformados seguían fijos como estatuas de cera. Seres disfrazados con corazas negras que desdibujaban la figura humana escondida tras la armadura. Y al frente, las agresiones de una multitud amorfa que los quería fuera cuanto antes. “Vamos, vamos”, dijo finalmente uno de los agentes elevando su mano con autoridad avasallante.
Gritos de júbilo llenaron el ambiente ante la retirada del escuadrón que caminó escoltado por decenas de estudiantes. “Qué se necesita para ser un Policía, ser un hijueputa de noche y de día”. Cientos de cámaras fotográficas, celulares y videocámaras, registraron el hecho, para muchos, histórico “¿Y la tanqueta qué? El parqueadero es sólo para los estudiantes, largo de aquí”.
Al llegar a la portería del río, al lado de la avenida Regional, el furor estaba en su clímax. Los estudiantes lanzaron arengas contra los uniformados que caminaban sosteniendo los escudos que recibían golpes indiscriminados. “No la dejes no, no la dejes no, no la dejes privatizar”. Lo silbidos y manos en el aire celebraron con exaltado orgullo un triunfo amargo por el poco espacio que se dio al debate, en una universidad donde el pensamiento pluralista se pierde en el calor de la supuesta derrota de un enemigo aparente.
Se cerró la reja y en la calle quedó el Esmad. Los estudiantes, ya más calmados, siguieron evocando los estribillos de batalla que los acompañaron durante la exitosa campaña. Algunos de ellos, esperando seguir el debate, volvieron a la Plazoleta Barrientos, pero para su sorpresa, los micrófonos ya habían sido retirados. “Dos veces sacamos al Esmad de la U, compañeros, casi que no ganamos una”, dijo Gabriel Bocanument Rollo, líder estudiantil, con una sonrisa de satisfacción en su rostro “¿y ahora que compañeros?, ¿nos dispersamos nosotros también?
Y así de nuevo, el ambiente se silenció. Las clases se reanudaron sin mayores percances y en las afueras los escuadrones del Esmad volvieron a tomar sus posiciones. Mientras en la Universidad Nacional, las explosiones de papas bombas hacían eco sordo de una situación que se expandía más rápido que una epidemia y que infectaba cada vez más otros espacios de debate. Al otro día, como si hubiese un encuentro pactado de antemano, una explosión perfila a las partes para un choque que termina con los mismos resultados. La dinámica de juego se ha modificado.