Friday, February 18, 2011

Macbeth

Macbeth o de la condena de la ingenuidad sangrienta

    "Que esconda el rostro hipócrita lo que conoce el falso corazón.”                                                  -Macbeth-
Acto I.ii.81


Hipocresía. ¿Cuántas veces no utiliza el hombre falsos rostros para cumplir los turbios dictámenes de su alma? Macbeth, el usurpador del poder, el hombre en degradación. Una esponja que absorbe el veneno de la duda y lo dispersa por el mundo. Al destruirse su nobleza, va perdiendo paulatinamente la integridad de su mente y así, también, se convierte el mismo en esclavo de la pasión por un poder que no le pertenece, pero que se le augura propio en una macabra jugada del destino. “[Bruja tercera] ¡Salve, Macbeth! ¡Salve a ti, que serás rey![1]

Brujas que con una quimera de ilusiones sombrías, avivan el ego de un hombre ingenuo. Pomposas invitaciones que lo animan a sentirse dueño de algo que no merece. Prólogo de la desesperación. Palabras cargadas de ironía. Risa satírica. Encanto desinhibido. En el escenario plagado de seres superficiales y egoístas. ¿Qué es lo real? ¿Sobre quién es solemne el castigo? “Lo bello es feo y feo lo que es bello.” [2] . Lo sobrenatural como elemento sugestivo. La ironía en la tragedia de Macbeth, es el haber sido influenciado a creer en un destino ilusorio, a vivir convencido de una grandeza que se vendría a pique de la forma más contundente. Su Hybris podría ser, el haber confiado demasiado en el terreno donde construyó su déspota reinado al ser confundido por profecías ambiguas.”[Aparición Segunda] sé decidido, sanguinario, valiente: podrás tomar a risa el poder de los hombres, porque nadie nacido de mujer hará daño a Macbeth.”[3]

“Para engañar al mundo toma del mundo la apariencia; pon una bienvenida en tu mirada, y en tus manos y lengua; procúrate el inocente aspecto de la flor, pero sé tú la víbora que oculta.”[4] Los labios de Lady Macbeth, junto al vaho de la bilis que produce la avaricia, dejan salir las palabras que se mezclan con el orgullo de un Macbeth que ya empieza desear ver el reino bajo sus pies investido con una corona curtida de sangre.

Puso ella el arma en manos de la voluntad asesina. Incitando la acción irrisoria, patrocinando el horror, motivando la injuria. Omisión o superstición ¿no estaban sus manos también manchadas con la tierra de la tumba que cavaron a cada golpe de espada, a cada deseo de hundir en la carne enemiga, la daga de la crueldad impávida? “Duncan está en su tumba tras la convulsa fiebre de la vida; la traición hizo ya todo el mal. Ni el puñal, ni el veneno, la perfidia intestina o fuerzas exteriores  nada puede afectarle.”[5]

¿Sentiría Shakespeare algo de lástima por sus ínfimos personajes, por sus martirios, por sus muertes tan meritorias y expiatorias? ¿Dónde vio él, que es en ese afán infame de buscar el  placer, en esa ingenua necesidad del hombre de trasgredir su posición, donde el ser se eclipsa para abandonar toda bondad y de ésta forma abrazar la denigrante y orgullosa fuerza de la traición?  “Es un hecho, ¡ya voy!: la campana me invita. No la escuches tú, Duncan, pues que su tañido al cielo te reclama, o al infierno.”[6] Resolución profana de un ser cuya alma ha sido manchada por la ponzoña de su ambición y quién con el sigilo de la serpiente nocturna, se lanza hacía las sombras motivado por el fuego de la resolución consumada.

No se puede juzgar a hombres de tal calaña. Su juicio ha sido su propia locura. Gota a gota sobre su conciencia el pozo con la sangre derramada se colma y solo espectros silenciosos vagan por la noche haciendo de las vidas de sus verdugos un calvario. “Aún queda olor a sangre. Ni todos los perfumes de Arabia endulzarían esta pequeña mano. ¡Oh, oh, oh!”[7] En el corazón la culpa repta ante la mirada atónita de quienes están destinados, por su propia mano, a vivir una condena eterna. Victima y victimario. Irónico y patético infortunio para quien es asediado por el fantasma inclemente del remordimiento. “(…) Desafíame en el desierto con tu espada y, sí entonces temblando me quedara aquí, podrás considerarme muñeca de una niña. ¡Atrás, horrenda sombra! ¡Engañosa realidad, atrás![8]

Es la condición humana risible asunto. Riñas y felonía. Sordidez y alevosía. Los patetismos y remordimientos, son inevitables cuando, en un principio, las ilusiones sombrías saturan la mente mezquina. Más el horror de la deshonra siempre acecha bajo  el inevitable escozor de la batalla y aquellos que no palidecen, es porque desconocen que se mueve bajo el ocaso. “Me guía el pensamiento, y el corazón que llevo nunca, ante la duda se doblegará, ni temblará de miedo.”[9]

El castigo del ignorante es despertar para reconocer su engaño. Al abrir los ojos, la luz que trae el conocimiento es molesta e irritante. Su filo corta la profunda oscuridad del alma trayendo la frustración y la ira que es la manifestación del deseo  no consumado. El Éxodo que trae consigo el peso de la verdad oculta “Maldita sea la lengua que me habla así (…) Nadie crea de nuevo en los demonios impostores que con dobles sentidos se burlan de nosotros, manteniendo promesas que al oído susurran y no cumpliendo nuestras esperanzas. No lucharé contigo.”[10] Reconciliar el alma se hace una empresa difusa, imposible para quien, con este golpe a su razón, salta al abismo de la locura y la desesperanza. “Y todo nuestro ayer iluminó a los necios la senda de cenizas de la muerte. ¡Extínguete, fugaz antorcha! La vida es una sombra tan solo, que transcurre, un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído.”[11]

Pero ya los hombres traicionados se levantan ante la tiranía. Sus espadas sedientas de la sangre del asesino, no ven la hora de encontrar paz a su impulso violento.” Ten valor, sea nuestra venganza medicina que alivie nuestro mortal dolor.”[12] Ojo por ojo. Muerte que se paga con muerte. En el bosque se exalta la violencia que pondrá bajo la tierra un linaje impío. La mimesis que es la cura eterna para la mortal enfermedad. Y así, el orgullo del hombre, con éste trágico destino, se aquieta con la caída del depravado rey en la catarsis final donde se libera al alma del yugo de su obsesión. [Macduff con la cabeza de Macbeth en su mano] “Salve, rey, pues tal eres. Mira donde se alza la cabeza del usurpador. El mundo es libre.”[13]

Es en éste instante, al ver al impostor doblegado por la espada de su verdugo, que el alma de aquellos que vivieron con temor y rabia se libera. Su corazón se llena de regocijo ante la visión de un nuevo mañana. Sin embargo, ¿es aceptable sentir felicidad por la tragedia ajena, incluso si es la de nuestro peor enemigo?

Es difícil encontrar un personaje similar a Macbeth que comparta completamente sus vicios e infortunios. Pero no se puede ignorar que son miles los que han encontrado su destino trágico a raíz de la ignorancia, la corrupción y la traición. Hombres que han sido gestores de terribles masacres, de engaños destructivos, de violaciones inimaginables. Más la pregunta es entonces, ¿Es preciso aplaudir ante la aniquilación de un tirano? ¿Es necesario exponer los cuerpos como trofeos en la plaza pública para evidenciar el poder bélico del triunfador?

Entendamos estos desde nuestra propia tragedia. Hemos sido testigos de la hipocresía y la traición de personajes que han querido hacerse mano del poder a cualquier precio. “Reyes” que imparten muerte para defender sus intereses propios y que en algún momento de la historia, han alcanzado poder y reconocimiento, pero que también han sido aborrecidos por el horror de su crueldad.

Se veía con estupor a Pablo Escobar en televisión defendiéndose de las acusaciones que lo implicaban con incontables atrocidades. Su hipocresía era evidente al mostrar indignación ante las “calumnias” que se le levantaban a diario. Al final, ya no le importaba ser un tirano. Como Macbeth, su obsesión era acabar con sus enemigos, destruir a cuanto ser se pusiera en contra suya; apuñalar por la espalda a quien ya no le servía de apoyo para lograr sus ideales.

Fue quizá por esto, que al igual que Macbeth, la locura al final de sus días y la soledad que trae el ser reconocido como un ser indeseable, lo que lo incitó a encontrar su muerte. Su batalla parecía su constante infortunio y sucumbir ante la derrota no era opción en es este juego. ¿Fueron sus fantasmas participes de su paranoia, de su negación constante del ocaso que ciegamente transitaba?

Gran parte de la historia Colombiana se basa en la perfidia. Una perfidia que ha hecho que los hombres saquen de su corazón lo peor de sí. Como un veneno que se instala en nuestros genes, hemos tenido que vivir en carne propia la miseria desatada por ésta degradación: secuestros, masacres y desplazamiento. Como consecuencia  de tales afrentas, es común notar que cuando muere alguien que ha sido responsable de estos infortunios, de ésta subyugación, muchos se sientan liberados. Tranquilos, casi extasiados ante las macabras imágenes de cuerpos destruidos por la balas, o por el efecto de toneladas de explosivos.

Al morir “El capo de capos”, como incluso hoy en día le llaman algunos, muchos sintieron una alegría rebosante. Era común ver en los diarios de la época, los rostros sonrientes de policías y militares al lado del cadáver perforado por los disparos. Los medios de comunicación exhibían la gran noticia: “Pablo Escobar ha muerto.” Para muchas de las familias de las víctimas, era una venganza consumada, un alivio para sus almas saturadas de rencor por quien les había arrebatado a madres, hermanos, padres y amigos. Ahora alegrarnos por la muerte era legítimo.

Luego de los años, tanto para Raúl Reyes, como para El Mono Jojoy, miembros de la cúpula de las FARC, el escenario no cambió mucho. Más de cinco toneladas de explosivos para aniquilar un solo hombre, es peso suficiente para dar entender que se había decidido que ese era el momento de su castigo. Su mimesis cayó sobre ambos, uno después de otro, aniquilando su campamento y poniendo fin a su tiranía. De nuevo la mano de la venganza había aplastado a dos individuos, trayendo “paz” a muchas de las victimas de miles de expropiaciones, desplazamientos y familias destruidas.
Otra vez, Colombia se alegró. El deseo sangriento de la sociedad, había sido satisfecho y la muerte dejó de ser un tabú, para ser un motivo de satisfacción y catarsis.

Somos el resultado de dicha catarsis progresiva. De victimas que con sangre han pagado la necesidad de venganza contra la sociedad, contra la vida que les tocó vivir. Quizá siempre hemos estado engañados. Como Macbeth, quien creía que la muerte no podría tocarlo, porque era imposible que un bosque se moviera, o que un hombre no nacido de mujer pudiera darle muerte con su espada. La muerte se nos hace ajena, distante. Pero es justo regocijarse con la de otros, porque “ese se lo merecía”. Más no comprendemos muy bien que para ellos, esa mimesis, ese castigo merecido, los liberó de su profanación. Ya no importa si sus cadáveres fueron exhibidos como trofeos. Lo importante es la catarsis que este acontecimiento desató en una sociedad oprimida por el miedo y la desesperación. De ahí, que para muchas personas,  sea necesaria la sangre para limpiar las penas. Más al final, bajo la tierra, todos somos indiferentes ante la  paz, la alegría, la venganza y la tristeza. [MACDUFF] “Cede, entonces, cobarde y vive para ser espectáculo y espanto de las gentes. Habremos de pintarte,  como hacemos con los monstruos extraños, y en lo alto de un poste te pondremos; debajo habremos de escribir: “Aquí podéis ver al tirano.”[14]

"Macbeth seeing the ghost of Banquo" by Théodore Chassériau.



[1] Shakespeare, William. “Macbeth” (Edición Bilingüe). Cátedra Letras Universales. Madrid, España. 2003. Acto I, Escena Tercera, 49
[2] Ídem. Acto I, Escena primera, 9
[3] Ídem. Acto IV, Escena 88-90
[4] Ídem. Acto I, Escena Cuarta, 61-64
[5] Ídem. Acto III, Escena Segunda, 22-26
[6] Ídem. Acto II, Escena primera 62-64
[7] Ídem. Acto V, Escena Primera, 45-46
[8] Ídem. Acto III, Escena Cuarta 102-104
[9] Ídem. Acto V, Escena Tercera. 10.
[10] Ídem. Acto V, Escena Séptima. 46-51 
[11] Ídem. Acto V, Escena Quinta.  23-24
[12] Ídem. Acto IV, Escena Tercera. 15-16
[13] Ídem. Acto V, Escena Séptima.  82-83
[14] Ídem. Acto V, Escena Séptima.  52-56

Wednesday, February 02, 2011

Testigos de la revolución 2.0.

 Por: Richard Ceballos

Permitidme que diga, aun a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario se guía por grandes sentimientos de amor.
Ernesto “Che” Guevara.

La humanidad se aviva ante la lucha por la libertad. Los colores de banderas ondulantes reclaman de una vez por todas, una oportunidad para concebir un nuevo comienzo. No se  puede negar que es necesidad del hombre, a cierto punto de su vida individual y social, reconstruirlo todo, levantar nuevos cimientos después de la tormenta. Por esto se hace necesario que la sangre derramada de aquellos que creyeron en su propia transformación y la convirtieron en un heraldo de la sociedad que soñaron, sea la esencia que ayude a la edificación de las bases de la nueva era.

No son los mártires quienes construyen la “nueva revolución”. Son sus ideas manifiestas en los brazos de quienes están dispuestos a creer en su sacrificio, los que modifican la tonada, los que impulsan ese aire creador que exalta a la raza humana.

La información ha adquirido un valor comercial directamente proporcional al impacto que causa en las mentes de la sociedad. De tal fenómeno se deriva una suerte de desconcierto individual que se produce en una época donde es difícil estar a la par con un flujo tan avasallante de datos: teorías, conjeturas, leyes y verdades a medias son parte del intrincado tejido que nos enlaza en una conciencia digital en ascenso que pretende liberarse de estructuras macroeconómicas que condicionan su tránsito espontaneo.

A pesar pues de este sentido mercantilista que posee la información, la potencia del pensamiento organizado y difundido, le ha dado una nueva perspectiva a la forma como estamos interconectados con la sociedad.
Hoy en Egipto, se gesta una revolución social, constituida, respaldada y difundida por las redes sociales Facebook y Twitter en un país donde el internet está vetado por un gobierno dictatorial que trata de tapar el sol con un dedo al poner un sesgo a todos los medios de comunicación para encubrir la verdadera dimensión del fenómeno que se vive en las calles del Cairo.

Son los medios de comunicación, inspirados por la voluntad colectiva de creación de un nuevo sistema de revolución, quienes nos han convertido en testigos directos de la revolución 2.0. Una revolución creada en esa realidad alterna a la que llamamos internet y que cobra protagonismo cuando se entiende que dichas movilizaciones masivas no son producto del azar: estas son el resultado de la conciencia colectiva que harta del abuso y la proliferación de las ataduras, se subleva contra un régimen que durante 30 años aseguró la pobreza y represión de millones de personas. Quizá ahora, los sueños de revolución que se disolvían en un sistema de oferta y demanda excluyente, vuelven a tener oxigeno en un momento mundial donde la esperanza de ver cambios significativos e inmediatos se percibe latente.

Estamos invitados a ser parte de dicha revolución. A manifestar el pensamiento dentro de la realidad que hemos creado para impulsar primero nuestra propia revolución. Una transformación que nos invita a la autocritica, a ser participes y forjadores del futuro que queremos y a no seguir en el silencioso aislamiento que parece tan cómodo y tranquilo.

No se necesita destruir a nadie. Las ideas mismas deben tener la fuerza suficiente para hacerse paso en las mentes por su carácter argumentativo, por su poder de persuasión. Es complicado modificar todo un sistema de pensamiento, de ideas y creencias cuando vivimos ignorando nuestra realidad interior. En Egipto, la realidad interior de muchos es el hambre, las ideas represadas, las muertes disfrazadas producto del “control gubernamental”. En aras de comprender y difundir tal pensamiento creativo dentro de la crisis, se hace indispensable creer en el espíritu libre y tolerante, dándole viva voz a esa revolución que día a día se gesta en cada uno de nosotros y que hoy puede ser compartida en tiempo real con el mundo a través de las nuevas plataformas de expresión que nos aseguran la inmediatez y proliferación de nuestras experiencias individuales y colectivas.
Dominic Nahr / Magnum for TIME

Es inconcebible una revolución que no desemboque en la alegría.
-Julio Cortazar-