LUCIA.
Al entrar en aquel sombrío y lúgubre recinto, Ignacio pensó que se encontraba probablemente en el lugar equivocado. Sus manos estaban frías, su garganta seca y se sentía cansado de tanto vagar por la noche. Su frente estaba llena de sudor, así que tomo un pañuelo del bolsillo derecho de su saco y se limpió tranquilamente mientras tomaba asiento en la barra. Ignacio era un hombre de aproximadamente 1.60, calvo, de 40 años, 60 kilos y ojos negros. La gente de su barrio le decía que tenia un rostro para nunca olvidar, cosa que para Ignacio no era muy clara, ya que no sabia que sentido darle a los comentarios de sus vecinos.
Por mas que quería recordar, Ignacio no daba cuenta de porque había salido de su casa hacia algunas horas, quizá había discutido con Lucia, su esposa. Y seguramente por eso sentía esta irritación que le presionaba el pecho y no lo dejaba respirar tranquilamente. La música de aquel lugar desesperaba a Ignacio, pero aun así él no quería abandonar su puesto junto a la barra, no sabia porque, pero aquella canción le producía escalofríos e inclusive algo de nauseas.
Pidió un Whysky en las rocas y de repente recordó que hacia mucho tiempo no bebía. Probablemente desde que se caso con Lucia 15 años atrás. En ese entonces solía ser un muchacho jovial y responsable, algo muy distinto a lo que era hoy: para Ignacio la vida se había vuelto monótona y aburrida.
Todos los días era la misma historia: se levantaba temprano a preparar su desayuno al igual que el de Lucia que dormía hasta un poco mas de la 7. Realizaba unas pequeñas labores domesticas como barrer, sacudir y lavar los platos de la cena del día anterior ya que en la noche sus manos solían dolerle mucho; especialmente cuando hacia frío. Al levantarse Lucia, él tenia la casa impecable, tomaba su saco y se iba, todo perfumado y afeitado, hacia su trabajo en el centro.
Ignacio nunca estuvo muy contento con su trabajo de asesor de ventas. Le aburría profundamente, y aunque pensó dejarlo, sabía que a Lucia no le gustaría nada la idea. Solía ser una mujer hermosa en aquella época cuando Ignacio se enamoro al verla por primera vez. Pero ahora, pensaba que aquella Lucia que el había conocido en el pasado, cariñosa y complaciente, había desaparecido con los años, y lo que tenia ahora era una persona tosca y arrogante que criticaba todo lo que él hacia y no le daba espacio para desarrollar sus ideas o expresar su pensamiento.
La presión en el pecho aumentaba. Tomó un trago de su whisky para sentirse mejor y el ya ajeno pero fuerte sabor agradó a Ignacio quien apresuró a beber todo el contenido del vaso de un sorbo. Llamó al cantinero con la mano derecha y le pidió una copa más, esta vez pensando en no beberlo tan rápido ya que no quería emborracharse porque sabía que desataría una calamidad cuando Lucia se percatara de su estado.
Era el sexto vaso de whisky e Ignacio pensó que ya estaba borracho. Su cabeza daba vueltas y las nauseas eran incontrolables, el pensar en lo que le diría Lucia lo tenia mas preocupado que su situación actual. Pero aun no quería dejar ese lugar, que aunque no le agradaba, lo hacía sentir confortable y tranquilo. La música retumbaba en sus tímpanos: feroz, estruendosa e incoherente; pero él no tenía la más mínima intención de llegar a su casa en ese estado. Así que pensó en tomarse mejor un vaso de agua mineral y esperar que el efecto del dulce pero fuerte Whysky lo abandonara.
Ignacio estaba cansado, sus manos le dolían y el pecho continuaba presionándole, además las nauseas eran cada vez mas fuertes y de repente se sentía muy débil y adolorido. Observo un poco el lugar, ya que desde que había entrado no se había interesado en mirar ni el sitio ni la gente que en él se encontraban. La tenue luz roja, y la gran cantidad de mesas ubicadas estratégicamente le daban al bar un ambiente acogedor, pero igualmente la música seguía siendo motivo de disgusto para Ignacio, ya que el prefería algo mas tranquilo, quizá, pensó Ignacio, era un hombre melancólico
Mientras observaba hacia el interior del establecimiento, se percató que había una mujer sentada en una de las mesas, su cabello era largo y rizado, eso fue lo que mas le llamo la atención, no podía ver claramente sus facciones ya que se encontraba un poco lejos y la luz del lugar no le daba una clara perspectiva de como era esta mujer en realidad. Así que pensó en acercarse e invitarle a un trago, probablemente de esta manera la vería mejor y así podría entender por que, por alguna extraña razón, le recordaba mucho a Lucia.
Se acerco rápidamente hasta quedar a unos pasos de la mesa en donde estaba sentada la mujer. Ella tomo un cigarrillo y de su cartera negra saco un encendedor metálico. Prendió su cigarrillo y la flama iluminó su rostro, Ignacio pudo tener una más clara impresión de su asombrosa belleza, así que se sintió más impulsado a hablarle.
Se sentó en la pequeña mesa donde ésta se encontraba sin decir una sola palabra, aun le dolían las manos y su pecho le asfixiaba , afortunadamente no con la misma intensidad de antes, quizá el Whysky le había ayudado un poco a aminorar la tensión.
La mujer lo miro directamente mientras sostenía el cigarrillo en sus labios, Ignacio trataba de mantener la mirada fija adentrándose en aquellos ojos color miel mientras pensaba que eran los ojos más hermosos que había visto en su vida. Llamo al mesero y pidió dos Whyskys, sin importarle siquiera lo mal que se sentía él o lo que ella estuviese tomando.
El silencio era insoportable. El humo del cigarrillo cubría lentamente el rostro de… “no se su nombre”, pensó Ignacio. Trato de dirigirse a ella pero las palabras no venían a sus labios, era como si estuviera en shock. Se frotó las manos rápidamente, como si con esto pudiera ganar un poco mas de confianza en si mismo. Ella lo miraba fijamente, su expresión reflejaba una lastima por Ignacio casi maternal, como si estuviese esperando que el niño le revelara una travesura que había cometido. Mientras tanto Ignacio tenía la mente conjugada en un torrente de ideas vagas, no sabía que decir, que hacer. Su cerebro estaba en todas partes y a la vez en ningún lado. De repente ella dijo: “ Hola, en busca de compañía eh? Vamos no seas tímido, podemos ir a cualquier lado, solo necesitas un poco de dinero el resto de la diversión corre por mi cuenta”
Los pensamientos confusos de Ignacio se detuvieron de repente. Su mirada se posó de nuevo en los ojos color miel de aquella mujer, era joven por lo que pudo notar, quizá 25 años o un poco mas. Su cara era ovalada, nariz respingada, labios finos pintados con un labial vino tinto, que resaltaba su hermosa sonrisa. Pero en ese instante, Ignacio se sintió profundamente deprimido. Era como si se hubiera lanzado de un decimo piso y se hubiera estrellado estrepitosamente sobre el pavimento. La sensación era insoportable, nuevamente su pecho comenzó a presionarlo, impidiéndole una vez mas respirar libremente. Lo único que se le vino a la mente fue salir de inmediato de aquel lugar y correr con todas sus fuerzas; hacia frió allá afuera pero eso no era problema, debía correr. ” Ahora” pensó. Sin embargo, no salio del lúgubre lugar, no corrió con todas sus fuerzas, no pudo sentir el frío de la noche en sus adoloridas manos, simplemente calló y agacho su cabeza sin modular una sola palabra.
Ella lo miraba sin espabilar. Su rostro se le hacía muy peculiar. No sabia explicarlo pero simplemente el solo mirarlo, le producía una pequeña sonrisa que estupidamente se veía reflejada en sus labios resaltados por el lápiz labial color vino tinto. Tampoco ella modulo una sola palabra, solo observaba y observaba, esperando que algo ocurriera. Alrededor de cinco minutos pasaron, pero para ambos parecía como si hubieran estado ahí por horas, ya que cuando se espera, el tiempo parece correr más lento y los pensamientos son más largos como si trataran de ir a la par con la parsimonia interminable del momento.
Ella recordó que debía irse. Tenía que trabajar y sinceramente no veía a Ignacio como un cliente potencial. Así que tomo su encendedor metálico, lo puso en su bolso apagó su cigarrillo y se levantó lentamente mientras con la mano derecha organizaba su pelo, bebió lo que quedaba del whisky en su vaso y pudo notar que Ignacio ni siquiera había probado el suyo. Se despidió de el diciendo “Adiós, gracias por el trago, me quedaría un poco mas pero tengo negocios que atender” salió hacia la puerta principal, pero él la tomo por el brazo fuertemente, ella giro sobresaltada y lo miró: Ignacio seguía con la cabeza gacha como si estuviese buscando algo en el piso. “Mi nombre es Ana, si algún día vuelves a venir a este lugar no dudes en preguntar por mi, te tratare muy bien, no lo olvides”. Ignacio la soltó sin mas, “Ana” pensó, “Ana, Ana, Ana….” Ese nombre retumbaba en su cabeza, pero el dolor y la presión en el pecho le recordaron donde estaba, se levanto de la mesa, tomó su billetera dejo algunos billetes y salió a la calle.
Unas pequeñas gotas cayeron en la frente de Ignacio mientras observaba el cielo a la salida del pequeño bar. Mientras caminaba hacia el final de la calle, aun sin decidir el camino que tomaría, se ajustó el abrigo e introdujo sus manos en los bolsillos del saco. Le dolían igual o quizá peor que antes, pero prefería ignorar el dolor. A fin de cuentas, eso era lo último que le preocupaba ahora que su mente no coordinaba muy bien sus ideas.
Pensó una vez más en Ana y súbitamente la imagen de lucia se le vino a la mente: aún no podía decir por que se le hacían tan parecidas, quizá era su abrumadora belleza, pero algo era seguro: la personalidad de esas dos mujeres era totalmente opuesta. Amaba a Lucia pero después de casarse, Ignacio se dio cuenta que a ella no le interesaba tener hijos. Un pensamiento opuesto al de Ignacio, el cual le encantaban los niños y desde joven pensó en algún día casarse y tener una familia, un perro, una casa en el campo y un auto hermoso. Tristemente, no tenía ni una de esas cosas. Solo le quedaba la “familia”, pero esa familia que él había formado se desmoronaba a cada minuto. Probablemente por eso había discutido con Lucia, no podía recordarlo muy bien. Pero ese era el principal problema de discusión de ambos. De ésta manera, entonces, Ignacio trataba de ver en otras mujeres lo que su tan amada esposa no le entregaba. Ahí radicaba el impacto que Ana le había causado, la forma de vestir, su forma de expresarse. No era solo su belleza, era también esa aura de libertad que la rodeaba, no como Lucia que desde que se casaron estuvo encerrada y se volvió tan amargada y egoísta. Fue entonces como en ese preciso momento, Ignacio se dio cuenta que en vez de amarla, la odiaba profundamente.
Después de caminar por una hora, Ignacio se dio cuenta que ya lo había alcanzado el sueño. Así que decidió tomar el rumbo que lo conduciría hasta su casa. La lluvia no era muy fuerte, pero el frío que hacia era intolerable. No quería sacar las manos de su abrigo por que sabia que esto le traería mas dolor del que ya sentía. No podía pensar en lo que diría Lucia al llegar a casa, era muy posible que empezaran a discutir fuertemente ya que ella no toleraría que el se quedara hasta tan tarde, y además el olor a alcohol agregaría un motivo más para sacarla de quicio . Si solo lucia entendiera que el también podía salir y divertirse como cualquier otra persona, los problemas no serian tan continuos. Ignacio no estaba muy de acuerdo con que las amigas de Lucia la visitaran cada jueves en la noche y se quedaran hasta después de la once con el simple pretexto de estar “recordando viejos tiempos” sabiendo que su verdadero tema de conversación era acerca de cómo sus maridos esto, como sus maridos aquello, el auto nuevo que compraron, el nuevo jardinero de x o y… como si a esas cosas se les pudiera llamar tema de conversación. “que fastidio” pensaba Ignacio, e imaginar que se las tenia que aguantar tan a menudo, de solo pensarlo le daban ganas de irse lejos de su casa y rehacer una nueva vida, tal y como hizo cuando abandono sus padres en su época de adolescente. Ellos tampoco lo entendían.
Llego a la entrada de su edificio. Miro hacia su ventana y vio la luz encendida, pensó en los problemas que se avecinaban y se sintió cansado. Subió las escaleras hasta el piso 5, ya que el estupido elevador había dejado de funcionar hacia algunas semanas y por ende tenia que soportar el estar subiendo y bajando por las escaleras que tanto odiaba. Ignacio fue un hombre que jamás le gusto ejercitarse. “502” los números algo desgastados indicaban que había llegado, sacó de su bolsillo izquierdo el manojo de llaves, escogió la plateada y la introdujo en la cerradura, giró la llave y la puerta se abrió lentamente. Miro a su alrededor pero no podía ver a Lucia, sería muy afortunado si ella estuviese ya dormida, se ahorraría una vacía discusión que no llevaría a nada. Caminó hacia la cocina y pudo ver que no le había dejado nada para cenar, “bonita forma de vengarse” pensó Ignacio mientras una pequeña sonrisa se le escapo en medio de la cocina parcialmente iluminada. Se dirigió hacia la alcoba principal y se percató que también, la luz estaba encendida. Entro con sigilo y pudo ver un gran desorden alrededor del cuarto, la ventana ubicada en el extremo izquierdo estaba abierta de par en par y una fuerte corriente de aire atravesaba la habitación. Vidrios en suelo, objetos esparcidos por el piso, ropa totalmente rota como si alguien la hubiese destrozado. Todo esto hacia parte del tétrico cuadro con el que Ignacio se encontró. Después de mirar ese desorden sus ojos se posaron en su cama y su mente se esfumo.
Se acerco lentamente y pudo ver a Lucia tendida en ella boca arriba, su ropa estaba parcialmente rasgada, sus manos estaban empuñadas y sus ojos abiertos rodeados por unas ojeras violeta oscuro. Alrededor del cuello, las marcas de dos manos eran muy claras. Ignacio se miro las manos y pudo ver que sus palmas estaban rojas, le dolían mucho, no podía entender que había pasado. “¿Por qué Lucia estaba allí tendida de esa manera? ¿Por qué sus manos le dolían?, ¿Por qué el desorden en la alcoba?” Ignacio se preguntaba aun sin entender. De manera brusca y dolorosa una imagen vino a la mente de Ignacio, en ella se vio con sus manos alrededor del cuello de Lucia mientras ella le golpeaba el pecho con los puños. Ignacio salio de la alcoba y se dirigió a la cocina tomo la cafetera y la puso sobre la estufa. Se sentó en el comedor, cerro los ojos puso sus manos en la cabeza y una dolorosa cadena de recuerdos vino a el. De repente lo supo todo.
Había sido él. Si, él era el culpable de todo ese desorden. Recordó la acalorada discusión con Lucia, como ella había empezado a destrozar toda su ropa mientras le gritaba furiosa que no lo amaba, que se quería largar porque se había dado cuenta que vivía con un perdedor, un idiota que no le daba felicidad, que no pensaba por si mismo, que no tenia futuro.
Recordó como la furia lo invadió, como se abalanzó sobre ella y la tomó por el cuello apretándola con toda su fuerza, mientras los ojos desorbitados de Lucia lo miraban fijamente. Recordó cada uno de los golpes que ella le propinaba, y como cada vez se hacían más débiles hasta que se desvanecieron por completo. Al igual que sus ojos.
Recordó la alegría que lo invadió al verla tendida en la cama con los ojos abiertos. Sabía que ya era libre, que no tendría que aguantar nunca mas su tosca actitud, que podía obrar como quisiera, sabia que lo primero que haría sería salir y buscar a alguien para celebrar, si, eso haría. Tomo su saco y se encamino a la puerta, miro por última vez la alcoba con su sonrisa de oreja a oreja. Al salir y cerrar la puerta, su mente se bloqueo, sabía que se tenia que ir pero no entendía a donde ni porque, caminó en círculos por mas de 2 horas hasta que entro aquel sombrío y lúgubre recinto.
El sonido de la cafetera lo sacó de sus pensamientos. Se levanto de la silla y tomó de la alacena una taza, se sirvió un poco de espumoso café y se dirigió hacia la habitación principal donde estaba el cuerpo inerte de Lucia. Caminó despacio mientras sorbía su café. Miro el cuerpo fijamente mientras su mente permanecía en blanco. “Lucia, Lucia…” Miro hacia la ventana abierta y pudo ver que el sol ya empezaba a salir, los calidos rayos le daban directamente en el rostro y de repente se sintió reconfortado. Pensó en todas las preguntas que tendría que responder, las explicaciones que tendría que dar, pero no importaba, al fin era libre, libre de verdad. Puso la taza de café en la mesa de noche, se despojo de sus zapatos y se recostó al lado del cuerpo gélido y tieso, sabia que tenia que dormir, debía descansar porque de seguro en algunas horas empezaría a vivir, a vivir de verdad. Era el comienzo de una nueva vida, era el principio de un nuevo amanecer.
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Death Seizing a Woman. Käthe Kollwitz |