Sunday, April 24, 2011

El trino del pájaro desconocido.


Para Helenita. 

Miró hacia el tejado para ver el ave que allí se había posado y tuvo que cubrir sus ojos de los rayos de sol de la mañana. Su cuerpo aún estaba adormecido y sus manos algo entumidas, pero su oído poseía una agudeza inesperada. El trino del pájaro desconocido viajaba a la par con el sonido de las hojas movidas por él viento, mientras una campana resonaba en la distancia. Miró el reloj por encima del hombro, pero no pudo identificar la hora exacta: posiblemente era mediodía del domingo; el día señalado para emprender la huida.

Recorrió con mirada austera el interior del cuarto: sobre la cama un cuerpo desnudo dormía boca abajo. La larga cabellera se posaba sobre las sabanas y un brazo colgaba casi rozando el piso. Su boca estaba un poco entreabierta y sus labios parecían moverse al unísono con su respiración pausada. “No creo que me extrañe mucho cuando me vaya”. Pensó para sí Tomás mientras encendía el primer cigarrillo de la mañana. “Al final, no nos conocimos tanto”. Pasó los dedos sigilosos por el marco de la ventana, mientras sus ojos se acostumbraban al brillo matutino. El ave desconocida canturreó de nuevo. “Debe ser un coquito” concluyó mientras lanzaba el cigarro al suelo.

Caminó con parsimonia como si de verdad no tuviera que hacer ese viaje. “De nuevo a la libertad”; esa era la frase que usaba para motivarse a seguir con su plan. Era muy simple: tomaría el bus a las 2 pm, luego viajaría por 10 horas hasta Bogotá para luego decidir qué hacer con su vida. Lo que más le importaba era salir de esa sensación de asfixia que lo embargaba diariamente al despertar junto a cualquier cuerpo. Venia de súbito, como una sombra. Se posaba sobre su pecho y le hacía sentir un terror indescriptible. Perdía la noción del tiempo y cuando quería gritar no podía hacerlo. Era como si estuviera enjaulado en un mundo superficial, decadente. Tenía que salir de allí cuanto antes, sin importar quien quedara atrás.

Tomó del baño algunas cosas y las puso en su morral viajero, luego abrió el ropero y eligió al azar cuatro camisas para su viaje. El resto del equipaje lo había preparado desde hacía una semana. La verdad era que no quería arrepentirse y por ello, lo primero que hizo fue empacar. Sentía que al hacerlo, ya había avanzado un paso hacía su nuevo destino. Se puso unos jeans que encontró en el suelo y la camisa mas arrugada que tenia. Se sentó en el filo de la cama para terminar de amarrarse los cordones, y de repente, a sus espaldas, escuchó un susurro: “¿A dónde vas? Pensé que iríamos juntos a ver esa película de la que tanto me hablaste”. La voz parecía salir como entre un ensueño; las palabras pululaban en el ambiente sin encontrar un rumbo y el sol cada vez entraba más fuerte por la ventana. “ajá…” dijo Tomás con el desinterés propio de quienes están sumidos en sus propios pensamientos. “Luego vamos, duerme un poco más”. Sonrió como por inercia y de nuevo se dirigió a la ventana, para encender el primer cigarro de la tarde. 

Se sentó sobre el marco de la ventana y de nuevo miro su espacio vacío en la cama. Lanzó el resto de colilla al suelo y se acercó al cuerpo desnudo. Se acostó a su lado y observó el techo sobre su cabeza. Cerró los ojos y de inmediato se durmió para soñar con un grupo de aves que viajaban hacia el sur. El coquito cantó de nuevo. 




Japanese Bird on Pine Painting by 19C Master Artist Keibun景文 (A.D. 1779-1843)
Imagen de:  http://www.hkartclub.com/painting/painting252.html

Thursday, April 21, 2011

Castillos en el aire.

En el medio de la noche me asalta la duda. ¿Cómo puedo creer en una realidad tan pomposa y estridente? No puedo pensar en algo más extraño y sintético que la fusión de dos cuerpos. El anhelo se aplaca, y aún así parece que las noches se tiñen del matiz de las rosas marchitas y de los sentimientos escondidos bajo la tierra. Puedo decir que lo exquisito de esta situación radica en estar en vilo durante horas escrutando los acontecimientos del día y viendo la lluvia caer estrepitosa sobre los atónitos cuerpos. Y no puedo encontrar un mejor momento que el ahora para eliminar de mi mente todo lo que soy. La pasión irreverente se filtra por la piel y parece envenenarme. Es un sueño que embarga la mirada y destroza la esperanza. ¿Hacia donde zarpó mi niñez y donde quedó encerrada mi cordura? Me siento a esperar en mi caverna de asfalto a que vuelvan a mí las memorias de días más livianos. Mis ojos se derriten con el paso del tiempo y creo que pronto ya no quedarán más que hojas secas y palabras vacías. Es la degradación de los hombres muertos que cuando la entiendes, parece más simple de lo que esperabas. Los caminos del destino nos guiaron serenos por el asombro hasta que nos topamos con el infinito y nos sentimos solitarios e inocuos. El fuego, si, ese elemento de figuras amorfas que danzan sobre la madera, arde sonoro mientras verdes flores de jardín adornan el cielo. No creo ser más que un alquimista de recuerdos: reciclando caricias, viviendo para vislumbrar posibilidades remotas que solo se cruzan por el sendero que transitan los genios, o más bien, los estúpidos. ¿Lo ves? Ya no queda ni rastro de la mirada que se paseaba por la montaña en busca del color verdadero. Ni del corazón que albergaba la expectativa que los sabios nos inculcaron cuando fuimos héroes. Quedo yo: un inhóspito terreno manchado de sangre y relegado al silencio. Y quedas tú: espectro del arcoíris, cicuta de uva, mariposa impoluta; circundas por las avenidas del delirio, por la ruta de la apatía. Tú, que ignoras la naturaleza de las abolladuras del alma, deberías tomar el puñal y hundirlo en el vientre de la incertidumbre, matar la ansiedad, apuñalar la ceguera. Luego, cuando con agua dulce laves tus manos, siéntate bajo el árbol y recita las promesas que has hecho: una por una, palabra por palabra, beso a beso. De tal manera harás que sea libre el esclavo que, con una cadena en el cuello, te sigue jadeante y moribundo. No es una cuestión de lastima; todos tenemos derecho a huir de la podredumbre de nuestra sombra y adentrarnos en el mar de las criaturas despreciadas. Paraíso inmutable de donde vinimos y a donde, muy a nuestro pesar, regresaremos.

"Castle In the Air" by Michael A Sauve