Tuesday, December 07, 2010

“Están lloviendo Corazones”.

Foto: Sandra Milena Sanchez.

El Parque Bicentenario en la zona centroriental de Medellín es un un nuevo espacio para que las personas, más allá de divertirse construyan memoria sobre los estragos de la guerra.

Foto: Sandra Milena Sanchez.
Bajo los mensajes que se desdibujan en la gigantesca pantalla de agua del Parque Bicentenario, entre los cuales se ven formas de corazón, figuras geométricas y saludos, decenas de niños se reúnen para bailar entre gotas de agua. Unos entran y salen a los chorros, algunos incluso con toda su ropa puesta, se aventuran a sentir el agua en sus manos, bajo sus pies y en sus rostros.


Alrededor, algunos padres disfrutan de helado y hablan tranquilos mientras sus hijos saltan de alegría y corren de aquí para allá como pequeños grillos en la hierba.  “No se puede pasar bajo la pantalla en Bicicleta, no se pueden bañar los perros y no se puede violentar a otras personas que estén disfrutando del espacio” dice unos de los guías cívicos quien cumple con su primer día de trabajo en el parque.

El proyecto adelantado por Desde hace 6 meses entró en funcionamiento, El Parque Bicentenario en el Barrio Boston en la  zona Centroriental de la ciudad en el marco de los 200 años de la independencia de Colombia. Dicho parque necesitó 4200 millones para la adecuación de su primera etapa y 6000 mil metros cuadrados para ser construido. Lo que representa un total de 115 predios que la Administración Municipal tiene que adquirir y que implica, además, la reubicación de 114 familias del sector. Este proyecto lo adelanta la Alcaldía de Medellín y la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU) y su diseño figuró como segundo finalista en el Premio Santiago de Compostela de Cooperación Urbana 2009, por proveer un espació con un equilibrio entre la innovación y el impacto positivo en la vida de las personas.

El parque Bicentenario aún no está terminado por completo. Queda todavía  por construir la otra  fase del lugar la cual se entregará en el 2011 y que contará con otros lugares para el sano esparcimiento y la reflexión como La Casa de La Memoria,  en donde se expondrán fotos y documentos relacionados con las víctimas del conflicto armado en Colombia. Esto se hará con el propósito de generar una memoria colectiva que le ayude  a las personas a entender los horrores de la guerra para que de esta manera dichos sucesos no vuelvan a repetirse.

Turbinas y escarcha dulce.



Foto: Sandra Milena Sanchez.
“El ventiadero” ha constituido por años, un lugar para ver volar y aterrizar los aviones que transitan por el aeropuerto Olaya Herrera. Un paseo que reúne a la familia en torno a la magia de volar.

Recostados sobre la reja divisoria, algunas personas miran atónitas el despegue del ave de hierro tratando de  entender la forma como tal monstruo mecánico se eleva en el aire. Allí, transeúntes, deportistas, venteros y niños con sus mascotas se apilan para ser testigos de un momento único: el hombre despliega sus alas para alcanzar el cielo.

Atrás del Aeropuerto Olaya Herrera, al sur de la ciudad, hay un lugar conocido popularmente como “El Ventiadero” por el fuerte viento que surge de las turbinas de los aviones que se elevan en el aire. Por 15, años ese lugar ha recibido a las familias de clases más bajas de Medellín que buscan un lugar para compartir entre sí y disfrutar de un espacio donde pueden comer “raspao”, “salpicón”,  chuzo” de mil pesos o “crispetas”.

Un sitio tradicional que recoge las costumbres de los habitantes de la ciudad. “Aquí venia antes mucha gente a ver los aviones, pero desde que pusieron estas sillas de concreto y este pavimento, esto se daño mucho” comenta, Juan López, un vendedor de “raspao” mientras pone a la escarcha, endulzantes de colores. “Yo he trabajado aquí toda mi vida.  No siempre vendí “raspao”. También vendí, salpicón, helados y “mekato” me gusta venir a este lugar, aunque era mejor antes porque había zona verde donde sentarse. La gente compra bastante, pero eso también depende del clima”.

El lugar no tiene mucho de atractivo. Las sillas de concreto les proporcionan a los deportistas un lugar provisional para descansar y la cantidad de venteros es incluso mayor a la de personas que se reúnen allí. El olor a fruta y a carne asada se mezcla en el ambiente, mientras el aire de las turbinas eleva las gorras de las personas que expectantes se acercan a la reja divisoria.

Es difícil estar allí a medio día cuando el sol está en su cenit. No existe un lugar que provea a las personas de sombra y el pavimento se calienta demasiado. Entre la valla que mantiene a las personas al margen de la pista, se pueden ver unos patos que se mueven de un lado a otro como si trataran de opacar el protagonismo de las otras “aves mecánicas”.

Así transcurre un domingo en El Ventiadero. Los niños se embelesan con los aviones y los padres de familia observan silenciosos el partir de los aviones quizá con el anhelo de, algún día,  llevar a sus familias abordo de esos titanes del cielo.