Foto: Pablo Amaringo. Preñado por La Anaconda |
Juan José Giraldo es un medico indígena que utiliza la Ayahuasca o Yajé para sanar las enfermedades de la mente y el cuerpo. Representanta de una tradición ancestral que busca conectar a las personas con sus almas.
El sonido de los sonajeros envuelve el ambiente creando expectativa. Los cánticos en lengua indígena se concentran en un solo lugar al lado del pequeño altar que contiene toda clase de artilugios y medicinas ancestrales. Las plumas en su corona brillan al fuego y sus colores se avivan en un baile de policromía. Alrededor, algunas personas observan atónitas el extraño rito del que serán participes y, en el medio, imbuido con la fuerza que proviene de la tierra, el chamán o “Taita” Juan José Giraldo, sostiene con sublime respeto, el recipiente que contiene al “Abuelo Yajé”.
“Tomamos la medicina del Yajé para curar el cuerpo, la mente y el espíritu”, dice este “chaman” o médico indígena con voz sosegada, mientras prepara a los asistentes para la ingesta de “Ayahuasca”. “La enredadera del alma,” como se le llama a esta planta en lengua Quechua, es una medicina utilizada por diferentes comunidades indígenas de la Amazonia de Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador y Brasil, para curar a sus enfermos y también para contactarse con sus antepasados.
El Taita Juan, como llaman muchos cariñosamente a este curandero, es más joven de lo que parece. A sus 29 años ya es todo un experto en el manejo de plantas y más categóricamente en la utilización de el Yajé con fines curativos.
“Desde los 12 años fui instruido en mi comunidad en Cristianía, del Suroeste antioqueño, para aprender los secretos de la “Ayahuasca” y hasta el día de hoy, siento que tomé la decisión correcta”.
Estudió un curso de plantas medicinales en el Sena para aprender todo lo relacionado con la curación que proviene de la naturaleza. Pero el manejo de la ayahuasca lo trae escrito en su piel, es conocimiento que corre por sus venas.
“Manejar la medicina se aprende con alguien que sepa, es una tradición que no debe ser rota. Pero es triste ver que hoy en día cualquier persona se autodenomina “chamán” y se pone a curar a la gente sin ningún respeto por nuestros ancestros; por eso, se ha visto gente que muere en las ceremonias, todo por el mal manejo de la planta”.
Al practicar este ritual, siempre lleva su corona adornada con plumas de guacamayo, loro y otras aves exóticas de la región amazónica. Su cabello negro cae sobre su espalda como sinónimo de protección contra cualquier energía negativa. Su cordialidad y carisma se refleja en la sonrisa que entrega con humildad a todas aquellas personas que llegan buscando su ayuda o consejo.
En contraste con sus rasgos indígenas, están sus ojos verdes que resaltan en su rostro como esmeraldas claras. Y en su piel se refleja el color ocre de la medicina y del conocimiento que proviene de ésta “planta sagrada”. “Es que uno de tanto tomar la medicina se le vuelve el cuerpo puro Yajé”, dice el taita entre risas.
Es en su vitalidad en la que muestra que ser un chamán no es tarea fácil. “Atiendo a todas las personas que me llegan enfermos de cáncer u otras enfermedades terminales. En casos donde los médicos dicen que ya no hay esperanza, el Yajé los cura después de una toma; es cuestión de fe y determinación”, afirma Juan José, luego de 9 años de estar llevando su tradición a múltiples personas que dicen haberse sanado después de atender a las sesiones donde se consume “Ayahuasca”.
A pesar de haberse dedicado desde muy pequeño a entender la tradición indígena, Juan José también tuvo que trabajar a la par para sostenerse y pagar la enseñanza que se le estaba impartiendo. “Cogía café para un señor de una haciendo cerca de Cristianía. Era trabajo duro, pero lo hacía para comprarme el Yajé y poder aprender. Una vez, tratando de recolectar unos plátanos para la hacienda me caí de la platanera y un saco de café que llevaba al hombro, me golpeo en la espalda dejándome casi sin poder caminar durante varias semanas. Eso si le agradezco al yajecito que me curó ese mal y pude seguir mi aprendizaje para hacer lo que más amo, que es entregar la medicina a los pacientes que la necesitan.”
“Alma” es su compañera, quien ha convivido con él durante diez años, y madre de Marisol y Samuel, de 8 y 5 años, los cuales se han criado escuchando las historias de los abuelos indígenas, del Tabaco, de los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta, del “bejuco del alma”.
Con fuerza de guerrera, Alma lo ha acompañado durante muchos años en los rituales ayudándole con los pacientes y apoyándolo con sus cantos y oraciones. “Ser la compañera de un chamán es muy difícil, ya que uno se debe olvidar de que tiene un esposo, porque él siempre está en pro de ayudar a los demás y, a veces, pueden llegar épocas en que se puede tomar Yajé por una semana seguida incluso hasta un mes. Es un ritmo muy duro de seguir”.
Ambos viajan a diferentes municipios del país para ayudar a las personas que allí los solicitan. “Se ve de todo -comenta ella sobre las leguas de caminos que han recorrido-: gente con brujería, depresión, sida, tumores… a todos se les da la medicina y se mejoran, incluso a niños les hemos dado y los pone a cantar, jugar y hablar de Dios”.
Entre los pacientes que acuden a él, se encuentran personas que toman el Yajé con la esperanza en la sanación que trae la medicina o por el reencuentro con sus raíces ancestrales. Otros tantos, con el simple propósito de “volar” y unos tantos más, con la motivación que impulsa la mera curiosidad. “El hombre ha perdido el respeto por la naturaleza con el pasar del tiempo, buscan aquí y allá la solución a los problemas, cuando realmente todo está dentro de ellos. Por eso, la medicina, a veces, es dura, porque te muestra lo que eres; te encara con tus miedos. Lo hace para que puedas superarlos y liberarte de la tristeza en la que nos ha sumido el consumismo desmesurado. Por eso el Yajé es el espejo del alma”.