Thursday, April 21, 2011

Castillos en el aire.

En el medio de la noche me asalta la duda. ¿Cómo puedo creer en una realidad tan pomposa y estridente? No puedo pensar en algo más extraño y sintético que la fusión de dos cuerpos. El anhelo se aplaca, y aún así parece que las noches se tiñen del matiz de las rosas marchitas y de los sentimientos escondidos bajo la tierra. Puedo decir que lo exquisito de esta situación radica en estar en vilo durante horas escrutando los acontecimientos del día y viendo la lluvia caer estrepitosa sobre los atónitos cuerpos. Y no puedo encontrar un mejor momento que el ahora para eliminar de mi mente todo lo que soy. La pasión irreverente se filtra por la piel y parece envenenarme. Es un sueño que embarga la mirada y destroza la esperanza. ¿Hacia donde zarpó mi niñez y donde quedó encerrada mi cordura? Me siento a esperar en mi caverna de asfalto a que vuelvan a mí las memorias de días más livianos. Mis ojos se derriten con el paso del tiempo y creo que pronto ya no quedarán más que hojas secas y palabras vacías. Es la degradación de los hombres muertos que cuando la entiendes, parece más simple de lo que esperabas. Los caminos del destino nos guiaron serenos por el asombro hasta que nos topamos con el infinito y nos sentimos solitarios e inocuos. El fuego, si, ese elemento de figuras amorfas que danzan sobre la madera, arde sonoro mientras verdes flores de jardín adornan el cielo. No creo ser más que un alquimista de recuerdos: reciclando caricias, viviendo para vislumbrar posibilidades remotas que solo se cruzan por el sendero que transitan los genios, o más bien, los estúpidos. ¿Lo ves? Ya no queda ni rastro de la mirada que se paseaba por la montaña en busca del color verdadero. Ni del corazón que albergaba la expectativa que los sabios nos inculcaron cuando fuimos héroes. Quedo yo: un inhóspito terreno manchado de sangre y relegado al silencio. Y quedas tú: espectro del arcoíris, cicuta de uva, mariposa impoluta; circundas por las avenidas del delirio, por la ruta de la apatía. Tú, que ignoras la naturaleza de las abolladuras del alma, deberías tomar el puñal y hundirlo en el vientre de la incertidumbre, matar la ansiedad, apuñalar la ceguera. Luego, cuando con agua dulce laves tus manos, siéntate bajo el árbol y recita las promesas que has hecho: una por una, palabra por palabra, beso a beso. De tal manera harás que sea libre el esclavo que, con una cadena en el cuello, te sigue jadeante y moribundo. No es una cuestión de lastima; todos tenemos derecho a huir de la podredumbre de nuestra sombra y adentrarnos en el mar de las criaturas despreciadas. Paraíso inmutable de donde vinimos y a donde, muy a nuestro pesar, regresaremos.

"Castle In the Air" by Michael A Sauve


1 comment:

Anonymous said...

Excelente. muchas gracias por compartirlo :)